Nuevos estudios muestran que esta hormona no solo promueve vínculos afectivos, sino que regula la respuesta emocional de los bebés frente a la ausencia de sus madres.

El apego temprano entre madres e hijos no solo se construye a partir de gestos y cuidados visibles, también deja huellas profundas en el cerebro en desarrollo. Investigadores del Instituto Weizmann, en Israel, desarrollaron un método pionero para estudiar cómo actúa la oxitocina —conocida popularmente como “la hormona del amor”— en crías de ratón sometidas a breves separaciones maternas.

Los resultados muestran que la oxitocina se activa de manera intensa cuando el cachorro queda solo, ayudándole a regular el estrés y a adaptarse al entorno desconocido. En contraste, al silenciar artificialmente este sistema, los ratones no lograron disminuir sus señales de angustia y mantuvieron vocalizaciones equivalentes al llanto de un bebé humano hasta reencontrarse con la madre.

Lo novedoso del hallazgo es que la oxitocina en etapas tempranas no se limita a reforzar el vínculo afectivo, sino que también actúa como regulador emocional frente a situaciones de separación. Esta perspectiva abre nuevas preguntas sobre la sensibilidad infantil a la ausencia de los cuidadores y su impacto en el desarrollo posterior.

Los científicos señalan que en humanos la densidad de receptores de oxitocina alcanza su punto máximo entre los 2 y 3 años, lo que explicaría por qué esas experiencias tempranas dejan marcas tan duraderas en la manera en que nos relacionamos y respondemos emocionalmente a lo largo de la vida.

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