Promotor de la masa madre, el uso de harinas menos refinadas y los largos tiempos de fermentación, Germán Torres transformó la forma de hacer y consumir pan en Argentina. Su apuesta por la identidad local y la calidad de los ingredientes inspiró a nuevas generaciones de panaderos. Su partida deja un legado cultural que trasciende la cocina.

El fallecimiento de Germán Torres generó un profundo pesar en el ámbito gastronómico. Su figura fue clave en la renovación de la panadería artesanal y en la reivindicación de la identidad local. Desde sus comienzos, buscó que el pan no fuera solo un alimento, sino un vehículo de memoria, tradición y autenticidad, incorporando técnicas ancestrales con una mirada innovadora.

Nacido en 1985 y formado en publicidad, Torres encontró en la cocina la verdadera pasión que lo marcaría de por vida. Influenciado por los sabores de su infancia y las recetas de su abuela, abandonó el mundo corporativo para dedicarse a la panadería artesanal. Así, impulsó proyectos como Salvaje Bakery y más tarde La Valiente, espacios que se convirtieron en referentes de la calidad y la experimentación con harinas e ingredientes autóctonos.

Su trabajo estuvo centrado en revalorizar la materia prima. “Un buen pan requiere tiempo y respeto por los procesos”, repetía en entrevistas y charlas, donde insistía en la importancia de la procedencia de las harinas. Su libro Pan de campo condensó esa visión, al denunciar la uniformidad de la industria y proponer recetas que invitan a reconectar con lo natural, lo regional y lo artesanal.

El impacto de Germán Torres trascendió el ámbito profesional para convertirse en un fenómeno cultural. Sus panes, sus enseñanzas y su búsqueda de una identidad panadera argentina dejaron huella en cocineros, alumnos y consumidores. Su legado continúa vivo en cada horno que apuesta por la calidad, la paciencia y la esencia de lo local como pilares de la gastronomía.

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