El hidrógeno verde se perfila como una de las soluciones más prometedoras para enfrentar la crisis climática. Se produce a partir de la electrólisis del agua, usando electricidad de fuentes renovables como el sol o el viento, lo que lo convierte en un combustible sin emisiones contaminantes.
A diferencia del hidrógeno gris (que proviene del gas natural y emite CO₂), el verde es completamente limpio. Puede utilizarse en transporte, industria pesada, calefacción y generación eléctrica, reemplazando combustibles fósiles y reduciendo drásticamente la huella de carbono.
Países como Chile, Alemania y Australia ya han iniciado planes ambiciosos para convertirse en exportadores de hidrógeno verde. Esto abre una ventana de oportunidad para América Latina, que cuenta con abundantes recursos naturales y espacio para instalaciones solares y eólicas.
No obstante, la tecnología aún es costosa. El proceso de electrólisis requiere mucha energía, lo que hace que el hidrógeno verde sea, por ahora, más caro que otras alternativas. Pero se espera que, con inversión y escala, los costos bajen en los próximos años.
Otro desafío es el almacenamiento y transporte del hidrógeno, que es un gas altamente inflamable y necesita infraestructuras específicas. Por eso, se investiga cómo transformarlo en derivados más estables, como el amoníaco verde, para facilitar su manejo.
En conclusión, el hidrógeno verde no es solo una promesa, sino una pieza clave en la transición energética global. Su adopción dependerá de decisiones políticas, colaboración internacional e innovación tecnológica.







